El
orgullo es un consejero terco que ofrece como única respuesta la obstinación.
Aquellos que se dejan aconsejar por él emprenden tareas enormes: cruzan mares
sin medir las consecuencias, descubren mundos nuevos, se enfrentan a cualquier
situación en la que los ponga la vida.
Miranda
Whisthire lo ha perdido todo: la casa, la fortuna, la prosapia inglesa. Las
deudas paternas le vetaron el acceso a los círculos sociales en los que su
familia se movía. Digna, orgullosa, resuelve casarse por correspondencia con un
estadounidense para escapar de una Inglaterra de la que se siente expulsada.
Cuando llega y descubre que su esposo, al que nunca conoció, ha muerto en un
accidente, decide, orgullosa y digna, llevar adelante, pese a todo, la
plantación que su marido le legó.
Morgan
Hamilton es uno de los hacendados más importantes de la ribera del río James,
en Virginia, Estados Unidos. Intrépido, hábil para los negocios, terco y
orgulloso, decide que va a quedarse con las tierras del difunto esposo de
Miranda. Supone que ella se las venderá de inmediato, asustada por tener que
enfrentar una situación inédita para una inglesa de buena cuna y contenta por
hacerse de un inesperado dinero. Obcecado y orgulloso, no cuenta con que ella
sea igual que él. Sin embargo, el orgullo se deshace cuando se miran a los
ojos:
Los
ojos líquidos de Miranda lo absorbieron por completo y ya no pudo pensar en
nada más. Solo era consciente de la atracción que sentía. Comenzó a beber como
un poseso todas y cada una de aquellas lágrimas. Después su boca encontró la de
Miranda y se quedó allí, saboreando aquellos temblorosos labios salados y
húmedos, hasta que ella se abrió a la caricia y, por un fugaz instante, lo
correspondió sin darse cuenta.
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